Raíces desvanecidas en el dulzor de la ciénaga.
Corrompiendo su verde luz al morir el alba
el junco reposa en la tenue brisa del terciopelo aclarado
rugiendo versos de sabor incrédulo…
Y el pantano sigue ahí,
como el topacio que sulfura
desde las entrañables esencias de la tierra,
donde el ardor aún no ha sembrado
su irrefutable sabiduría occidental,
donde el crisantemo y la acacia no encontrarían jamás
la frescura de la menta cristalina…
Utópico es creer que el tallo ignore
al manto que lo acobija…
Utópico es aceptar que el fango olvide
el denso colchón que lo sucumbe…
Y no lo creas un mal presagio por parte de ellos,
es que todo está escrito en una nube que condensa.
Porque el junco desconoce la inquietud de su mentor,
porque el junco desconoce la razón de la razón,
porque el junco desconoce el porqué de su bajón,
que el pantano se reserva a pesar de algún dolor…
Y el pantano no se advierte que en el junco hay una flor,
y el pantano no se advierte si su alma es canción,
y el pantano no se advierte de los latidos de su corazón,
que en el tallo manifiestan brotes de color,
del color de la perla en una noche desierta,
del color de la lujuria en la lava de un volcán,
que aunque a punto de estallar
la utopía de sus mundos grises
los aísla de la verdad.