Y mi cara se dibuja entre tus dedos, y poco a poco todo mi cuerpo.
La sintonía del reloj y los discos que pasan uno a uno desentona en nuestra métrica. Despojados ya de toda dignidad nos destrozamos lentamente las pieles, nos retorcemos de placer, nos revolcamos en una luna de fuego que deja de cara a la oscuridad a todo sol que se asome por la ventana. Una tras otra la seguridad de nuestro verbo se vuelve acción y mordemos salvajes la suavidad que tanta inocencia provoca en la mañana. Te miro hablar, fluir, y te encuentro en mi interior.
Y vuelvo a tus ojos, y me pierdo en la calma del danzar de tus pupilas, que me rompen la cotidianeidad y desequilibran mi estante. Caen los libros al suelo, y una página al desnudo me hace dar cuenta que la ilusión se desvanece con el alba. Me estremezco como con un frío en la espalda, no hay abrigo que me libre del dolor de mi mirar.